Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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983
Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 9 de julio de 1883
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 151, 3859-3864
Tema: Interpelación sobre la política general del Gobierno

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): El Sr. Canalejas quiso hacer un reconocimiento, aunque en verdad, más bien parecía despliegue de guerrilla con el ánimo de inquietar al ejército cuyas posiciones se querían explotar para obligarle a aceptar la batalla que de antemano tenía preparada. Yo creí, sin embargo, que debía prescindir de las hostilidades que resultaban de los primeros movimientos, porque me parecía estar en el secreto, y creía era más que una excitación, un reconocimiento, y la hostilidad la achacaba yo al ardor belicoso más que a la voluntad del jefe que dirigía las fuerzas exploradoras.

Con este motivo creía yo que el Gobierno debía contestar al reconocimiento con otro reconocimiento, presentando sus posiciones y manifestando clara y terminantemente cuáles eran, y cuáles los movimientos que pensaba realizar, porque quería que el resultado de esta función militar dependiera, no de la sorpresa, sino de los propósitos y de la voluntad de los movimientos. Pero me he equivocado, porque después del reconocimiento hecho por S. S., y exploradas las posiciones del ejército de la derecha, se ha levantado el general en jefe y ha dicho: allá voy yo a la cabeza de la vanguardia que es mi puesto de honor; y por si acaso fuera yo vencido, tengo preparados en línea los demás generales que arremetan al Gobierno y lo venzan.

De manera que en efecto el Sr. Canalejas hizo más que un reconocimiento; hizo una excitación para obligarnos a la batalla que nos presentaba el general López Domínguez, llamando en su auxilio a los demás generales que se aprestaban al combate. ¡Cómo se van a equivocar! Porque por mi parte, más que una batalla, esto va a ser un simulacro. (Sonrisas.) Yo no quiero batallas, aunque el general López Domínguez haya querido batallar con nosotros, y el Gobierno declara que ese ataque le ha hecho poco daño y que puede resistirlo sin variar de oposiciones y sin responder al ataque.

En último resultado, el ataque se ha reducido a la siguiente afirmación: el Gobierno liberal no ha cumplido sus compromisos. ¿Y cómo ha demostrado S. S. que el Gobierno no ha cumplido sus compromisos? Diciéndonos que de la ley provincial uno de los señores conservadores ha afirmado que era reaccionaria. El argumento no puede ser más contundente por parte del Sr. López Domínguez. Diciéndonos también que el proyecto de ley de Ayuntamientos no es muy conocido, porque ha tenido que preguntar si los alcaldes se nombraban por la Corona o se han de nombrar por los pueblos, y hemos tenido que decir que por los pueblos, con lo cual se ha conformado S. S. Diciéndonos también que en la ley del Jurado se han aceptado unas enmiendas que la desvirtúan. Yo no sé si la desvirtúan; paréceme a mí que no; pero en último resultado, se lo puede contar S. S. a una eminencia de ese partido que con su voto y con su palabra ha defendido el Jurado tal como ha venido al Congreso; demócrata era aquel Senador antes que S. S., porque S. S. es demócrata de fecha reciente; aquel es demócrata de abolengo, demócrata consecuente, siempre leal, siempre; una de las personas más eminentes, en fin, del partido democrático. Pues ese ha formado parte de la Comisión y no ha tenido inconveniente en transigir con las enmiendas que se han discutido en el Senado. (El Sr. Cuartero: No ha transigido ni las ha aceptado.) No las ha combatido y ha continuado en la Comisión, y yo creo que ha hecho muy bien, porque se trata de una institución jurídica, y cuando se trata de leyes relativas a la administración de justicia, no se pueden hacer leyes en odio a los demás partidos. ¿Qué importa, si queda el principio, que se transija en puntos secundarios e incidentales con los demás partidos? ¿O es que se querían hacer leyes de partido, leyes de raza? Pero, en fin, ya discutiremos ese punto cuando llegue la ocasión.

Después el Sr. López Domínguez nos ha hablado de una ley que no ha sido presentada por el Gobierno; de la ley que se ha llamado de los seminaristas. ¿Y qué tenemos que ver nosotros con esa ley? Ese fue un proyecto debido a la iniciativa de un Senador respetable como todos los Sres. Senadores, y respetable todavía más por su carácter sacerdotal. Presentó su pensamiento al Gobierno, y el Gobierno le dijo que era imposible que se adoptara. Modificó después el pensamiento, y todavía el Gobierno le dijo que modificado y todo, no sería aprobado; pero suplicó ese Sr. Senador al Gobierno que le hiciera el favor de dejar libre la votación, y como el Gobierno estaba persuadido de que el proyecto no se aprobaría en definitiva, ¿qué inconveniente había en acceder a los deseos del Sr. Obispo? El Gobierno, pues, defirió a la pretensión del señor Obispo y declaró libre la cuestión. Pero ¿qué responsabilidad nos cabe en el principio que informa aquel proyecto de ley? ¿No es liberal? Pues que se deseche. No lo ha hecho cuestión de Gabinete el Gobierno; el Gobierno no ha hecho más que tener una consideración que creía debida a un jefe de la Iglesia. De todas maneras, como no quiero que haya ataque ni quiero aceptar batalla, como no vengo con ánimo de pelear, voy a [3859] contestar de la manera más terminante al Sr. López Domínguez y a sus amigos que le acompañan.

Se cree que yo me he opuesto a la conciliación de todos los elementos liberales. Yo debo aclarar que jamás, jamás he puesto la más pequeña dificultad ni el menor obstáculo a la unión de la mayoría con la izquierda; que he creído siempre, por el contrario, que cuanto se pudiera hacer en ese sentido, ya en la región de las ideas, ya en terreno de las transacciones personales, olvidando cuestiones de amor propio, debía hacerse sin vacilaciones ni dudas de ningún género. (Muy bien, muy bien.)

No he visto nunca motivo fundamental bastante para nuestras divisiones; he creído que los que se obstinaban en pedir reformas constitucionales de todo punto innecesarias no tenían razón para tal demanda; pero he creído también que los que pudieran oponer dificultades a que nuestras filas se aumentaran con los elementos más avanzados, no tenían razón para tales egoísmos (Bien, muy bien); que un interés más alto que el interés mezquino de partido, el interés de la Patria, el interés de la Monarquía, el interés de la libertad aconseja que unos y otros se concierten, y en ocasión oportuna unos y otros compartan juntos la responsabilidad del poder, para que unos y otros y todos hagamos cosas útiles y fecundas para la Patria. (Muy bien, muy bien.)

Pero yo tengo aquí la representación de compromisos de que honradamente no pude desprenderme y de los que no me desprenderé. Primer compromiso: sostener la Constitución vigente; segundo compromiso, mantener íntegro el partido liberal, producto de la unión de fuerzas políticas fundidas al calor de esa Constitución.

¿Qué os he pedido? Que aceptéis la legalidad vigente. ¿Qué dificultades os pongo, señores de la izquierda, o de las izquierdas, porque todavía no sé cuantas hay? Ya las contaremos esta tarde. ¿Os pido otra cosa de lo que yo he hecho? Pues qué, el partido constitucional, al cual tenía la honra de pertenecer una gran parte de los que hoy forman la izquierda, ¿no era más numeroso, no estaba mejor organizado, no era más antiguo que vosotros? Pues ese partido constitucional, a pesar de sus compromisos, a pesar de su significación, se fundió con otras fuerzas políticas en bien de la Patria, en bien de la Monarquía, en bien de la libertad, y aceptó la legalidad vigente. Y lo que este partido hizo, ¿no lo podréis hacer vosotros? ¿Pues qué os pido, que sea imposible para nuestra unión? No os pido más sino que hagáis vosotros lo que nosotros hemos hecho. ¿Dónde está la dificultad?

Yo, señores, voy a hablar con el corazón en la mano a la Cámara; yo no he sido nunca partidario de reformas constitucionales.

La historia, la experiencia me ha enseñado que cuantas más reformas constitucionales hay en un país, menos libertad tiene y más desdichado es; la historia, la experiencia me han enseñado que aquellos países que más respetan sus leyes veneradas y antiguas, son los que mayor libertad disfrutan y los que gozan de mayor suma de felicidades. No he sido nunca partidario de reformas constitucionales; pero además, hoy lo digo sinceramente, las temo, no soy en este punto tan valiente como mi amigo el Sr. López Domínguez, porque en un país tan agitado por tristes disturbios, en un país tal maltratado por tantas discordias y calamidades políticas, en un país movido por tantas y tan contrarias ideas como el pueblo español, meterse en reformas constitucionales es meterse en lo desconocido, es dar saltos en las sombras.

Por la impetuosidad de nuestro carácter, por el apasionamiento que llevamos a nuestros debates, porque no está todavía entre nosotros arraigada la disciplina social, no podemos sin peligro abrir puertas al campo y soltar los vientos de la agitación, porque de esta agitación se aprovecharían los grupos mal avenidos con esta armonía de libertad y de orden de que afortunadamente disfrutamos, para poner todo en tela de juicio, para manosear las más altas instituciones, para alarmar las conciencias, para interrumpir el sosiego en que felizmente vivimos.

Yo comprendo, Sres. Diputados, que a la raíz de revoluciones se tenga el afán de cambios constitucionales; entonces comprendo hasta los excesos; pero en época en que reina la paz en los espíritus, en momentos de reposo, en días tranquilos, querer pasar la fiebre de agitadoras ideas, francamente, señores, me parece que además de ser innecesario es una verdadera insensatez.

En el estado social en que vivimos, no hay que hacerse ilusiones; hay que procurar en primer término y sobre todo realizar aquello que el país pide con preferencia, y el país pide con preferencia que atendamos a la administración, que atendamos a la Hacienda, que atendamos a la enseñanza, a la agricultura, al comercio, a las obras públicas, y dejemos los cambios esencialmente políticos en segundo lugar, porque lo contrario sería marchar contra la realidad, malgastar las fuerzas de la Nación, que cansada de estas luchas fraticidas nos volvería al fin y al cabo la espalda y se mostraría sorda el día en que necesitásemos realmente que nos oyera.

Es preciso, Sres. Diputados, tener un sentido práctico, más práctico; es necesario prescindir un poco de esos ideales bellos para soñarlos, para fijar la vista en la realidad; y puesto que lo esencial aquí es la alianza entre lo tradicional y lo progresivo, a esta alianza deben concurrir lo mismo los elementos de la derecha que los elementos de la izquierda, pero anteponiendo los unos y los otros a las pasiones de partido, a los intereses de bandería, y aun a las satisfacciones del amor propio, el verdadero sentido de gobierno, y sobre todo, el alto fin que a todos nos guía para bien de la Patria, en beneficio de las instituciones y también en beneficio de la libertad.

Pero se dice: es necesaria, para que la izquierda se una a la mayoría, una nueva política. Voy a explicarme claramente en este punto. Una nueva política. ¿Qué nueva política vamos a ensayar, que satisfaga a todos los demócratas monárquicos y a todas las izquierdas que aspiren a tener parte en la gobernación del Estado dentro de la Monarquía, si antes no se ponen de acuerdo todas las izquierdas y todos los demócratas monárquicos? ¿Estáis de acuerdo? ¿Sabemos nosotros que lo estáis? ¿Lo sabéis vosotros? Vamos a verlo.

Algunos de vosotros piden como condición para la formación del partido liberal, la Constitución de 1869, sin quitar punto ni coma, en toda su integridad. (Rumores y denegaciones por parte de algunos Sres. Diputados de la izquierda.) ¿No es exacto? Así lo dicen vuestros periódicos, y así se ha dicho también en vuestro Directorio; hoy mismo hay periódicos de esa agrupación que lo dicen de una manera terminante y absoluta. Pero ¿es que no queréis la Constitución de [3860] 1869? Pues vamos despejando fórmulas. ¿No la queréis ninguno? Pues conste que el que levanta como bandera la Constitución de 1869 no es de la izquierda, y que el periódico que eso diga hace traición a la izquierda.

Resulta que ya hemos eliminado una bandera, la de la Constitución de 1869. (Rumores. Algún Sr. Diputado: No.) ¿No? Pues entonces no nos entendemos.

Quieren otros una reforma constitucional; pero entre éstos que pudiéramos llamar reformistas hay unos que quieren que la reforma parta de la Constitución de 1869, y otros desean que parta de la de 1876. Todavía entre estos reformistas, partiendo los unos de la base de la Constitución de 1869 y otros de la de 1876, opinan de muy diversa manera respecto a la extensión que se ha de dar a la reforma. Y hay más; hay otros Sres. Diputados que encomiendan la resolución a las Cortes y que pasan por lo que a las Cortes les parezca, incluso si les parece bien acordar el statu quo.

Todos estos matices hay en el seno de lo que llaman la izquierda; y yo pregunto: pues es que no estáis de acuerdo ni aun en lo esencial, si tenéis entre vosotros tales y tan grandes diferencias, ¿cómo podéis pedir ni cómo os hemos de dar afirmaciones que os satisfagan? ¿Cómo queréis que nosotros veamos en vuestras afirmaciones una unidad de miras, una fijeza y una convicción que a vosotros os falta? Y ahora mismo, ¿no estáis demostrando hasta la evidencia, con una claridad irresistible, esas diferencias y esas dudas y esas vacilaciones, de tal suerte que si os concediéramos una reforma constitucional, por extensa que fuera, no había de satisfaceros a todos, viniendo a convertirse los descontentos en protestantes, y los protestantes en adversos apóstoles de nuevas disidencias que darían por resultado nuevas izquierdas?

De manera, Sres. Diputados, que después de debatir apasionadamente y de producir inquietudes y sobresaltos, venimos a quedar poco más o menos como estábamos, dejando que de todo esto se aprovechen diligentes, como es natural, los enemigos del actual régimen. Pues eso no es práctico, y es necesario que vengamos a la realidad de las cosas, que vengamos a soluciones prácticas, y una de estas soluciones es la que voy a proponer.

Esta situación, campo abierto a las evoluciones de la democracia, lejos de ser antitética a los principios populares de la soberanía nacional, está dispuesta a facilitar lealmente las aproximaciones de los partidos más avanzados que tengan la noble aspiración de llevar a la gobernación del Estado el cumplimiento de sus ideales y la realización de sus compromisos; y consecuente con sus promesas y fiel a la tradición de su liberalismo, está también resuelta a contribuir con toda lealtad a la conciliación noble y levantada de esta política, a la conciliación del derecho o del principio histórico con el derecho moderno de los pueblos, para traer la armonía definitiva entre los privilegios del Trono y las grandes iniciativas de la democracia.

Pues bien, Sres. Diputados; esta conciliación y esta concordia pueden y deben buscarse, y de seguro que si se buscan se encuentran; pueden y deben buscarse, no con inquietudes, no con apasionamientos, no con sobresaltos, sino en la resolución de los problemas administrativos, políticos y sociales que pueden y deben plantearse, como en parte los tiene ya planteados el Gobierno en el terreno de las leyes orgánicas, para lo cual la Constitución vigente no ofrece obstáculo ninguno; que si en poco en mucho lo ofreciera, si lo ofreciera en algo, yo os ayudaría a superarlo o a destruirlo; lo cual tampoco quiere decir que el porvenir no aconseje algún día un cambio constitucional en otros puntos contingentes y secundarios, pero cuando lo demande la opinión pública como necesaria y legítima satisfacción de reconocidas y sentidas necesidades. (Muy bien, muy bien.)

Pero ¿dónde están ahora, para que pensemos desde luego en tales cambios, las reclamaciones de la opinión? ¿Dónde están las necesidades que los justifiquen? ¿Dónde la satisfacción que deba darse a estas necesidades de la opinión?

¿Se trata además, Sres. Diputados, de una participación de la democracia en el gobierno, participación noble, no por las delicias del poder, sino por el deseo natural y legítimo y honrado de realizar sus aspiraciones y de cumplir sus compromisos? Pues tampoco en eso puede haber ninguna dificultad, porque a mi juicio, y yo en esto puedo dar mi opinión, ya que otra cosa no pueda hacer, porque tratándose de hechos que se han de realizar en esferas a las cuales yo no puedo alcanzar, no puedo hacer más que dar mi opinión; a mi juicio, la participación de la democracia en el gobierno es conveniente, es necesaria y es fácil si la democracia quiere; y puesta la cuestión en este terreno, ya todo queda reducido a apreciar la ocasión y la oportunidad, y la ocasión y la oportunidad dependen única y exclusivamente de la conducta de la democracia. (Bien, muy bien.)

Considerad, Sres. Diputados, que sin cambios constitucionales de ninguna especie, en Inglaterra y en Italia y en otros pueblos ha entrado la democracia en el gobierno, consiguiendo con su talento y con su espíritu ventajas y progresos superiores a los que hubiera obtenido por simples cambios en las leyes fundamentales; que no es con cambios constitucionales ni con egoísmos personales como se hace bien a la libertad; se hace bien a la libertad, y en otros países que van delante de nosotros en este punto así ha sucedido, se hace bien a la libertad con leyes bien meditadas, con juicio en el Gobierno y con reformas en los servicios públicos.

Pues bien, Sres. Diputados; la aspiración de ver reunidos a todos los liberales de todos los matices dentro de la Monarquía, la aspiración de ver cobijadas todas las fuerzas liberales y monárquicas del país bajo una bandera, ondeando enfrente de la bandera que cobija al partido conservador español, es tan hermosa y tan patriótica, que ante ella sólo pueden existir diferencias en cuanto al momento y a la oportunidad de su realización; pero en cuanto al fondo y en cuanto a la realidad, todos, absolutamente todos estamos de acuerdo; y no sólo estamos todos de acuerdo sino que todos estamos deseosos de que venga pronto su realización. (Muy bien, muy bien.)

Señores, después de esto, ¿es posible que se dude? Los que realmente quieren la libertad dentro de la Monarquía, ¿pueden dudar? ¿Qué se les propone, que no hagan o hayan hecho en todas partes los demócratas que han aceptado la Monarquía y que la han ayudado? ¿Qué han hecho y qué habéis hecho vosotros, algunos de los cuales estáis en la izquierda? En resumidas cuentas, el Sr. López Domínguez nos ha dicho que hemos faltado a nuestros compromisos, y S. S. mismo en el ataque ha demostrado que sólo hemos faltado [3861] a juicio de los que creen que nosotros hemos venido al poder para reformar la Constitución. Y ahora me acuerdo de una indicación que ha hecho el Sr. López Domínguez que yo niego en redondo y en absoluto: jamás he dado yo esperanzas a nadie, ni particularmente ni el público, de entrar en una reforma constitucional.

Siempre me he opuesto a ello, siempre he dicho que el único modo de conquistar la libertad no es con reformas constitucionales, sino dentro de la Constitución actual, que no pone obstáculos a desenvolver los principios liberales tan allá como los liberales quieran; pero nunca he dicho más sino que cuando se me demostrase algún día que fuera un obstáculo para el desenvolvimiento de alguna de esas libertades, que entonces, cuando se me demuestre, procuraría la modificación de la Constitución; pero no se me ha demostrado, ni creo que se me demuestre fácilmente. Y cuidado que, dada la opinión poco favorable que yo tengo a las reformas constitucionales, es esto una grandísima concesión; porque no había necesidad, aunque la Constitución en alguno de sus preceptos fuera un obstáculo al desenvolvimiento de alguna libertad, no había necesidad de variarla, como no la han variado en otras partes, sino de desenvolver el principio en otras leyes, quedando la Constitución como está.

La Carta otorgada de Italia tiene establecida la unidad católica, y sin embargo se ha desenvuelto el principio de la libertad religiosa como en cualquier otro país, como en el país más liberal, y no han tocado para ello a la Constitución. De manera que todavía hago yo una concesión grande; pero a nadie he dicho yo en público ni particularmente que propondría ni que haría una reforma constitucional: si alguien se lo ha dicho al Sr. López Domínguez, dígale de mi parte que le ha engañado.

Por lo demás, lo mismo el Sr. Canalejas que el señor López Domínguez están muy equivocados respecto a mayoría, respecto de su antiguo partido: en el señor Canalejas no me extraña; S. S. jamás ha estado a nuestro lado, nunca ha estado entre nosotros; no tiene por lo tanto nada de particular que el Sr. Canalejas no os conozca; pero que tan pronto se haya olvidado el señor López Domínguez de sus antiguos amigos, me extraña mucho.

Suponen estos señores, el Sr. Canalejas y el Sr. López Domínguez, que en la mayoría hay cierta tendencia hacia la izquierda y hacia la Constitución de 1869, y que algunos de los amigos, todos son amigos míos, pero que aquellos que pueden tratarme con más frecuencia, no están a gusto con la actitud del Gobierno, y el Sr. Canalejas iba indicándolos uno a uno. De manera que S. S. cree conocer perfectamente a la mayoría, mientras yo, vea el Sr. Canalejas qué contraste, no conozco todavía a la izquierda. Pues bien, el Sr. Canalejas ha citado a los Sres. Albareda, León y Castillo, González y a todos los amigos que más relaciones han podido tener con la mayoría.

Pues yo le digo al Sr. Canalejas, y por reflexión al Sr. López Domínguez, aunque no debiera decírselo a S. S. porque de antemano debiera saberlo, que esos señores están perfectamente al lado del Gobierno y de la mayoría, y que ni esos señores ni ninguno de los individuos de la mayoría titubea ni vacila un momento entre estar en esas nebulosidades en que se ha colocado el Sr. López Domínguez, o estar en la actitud y en la situación despejada en que está la mayoría. (Muy bien. -El Sr. López Domínguez pide la palabra para rectificar.)

Por consiguiente, no ha habido ningún desprendimiento hacia ese lado, y lo atribuye a que dice la gente que la izquierda está condenada al ostracismo. No, no es por eso; es porque SS. SS. han levantado una bandera imposible, es porque esa bandera no tiene eco en el país, porque el país no responde a las indicaciones de S. S. Y si no, ¿cómo se explica que haciendo S. S. una campaña digna de mejor causa, valiéndose de palabras elocuentísimas, con personajes ilustres muy conocidos en el país, cuanto más afirman y más proclaman la bondad de su bandera y de sus principios, más sordo está el país a sus excitaciones?

Y esa es la bandera que quieren imponer a la mayoría de un partido que tiene su historia y sus tradiciones, su historia en la oposición y en el poder; porque S. S. no ha hecho bien la historia de este partido ni aun siquiera la historia de cuando S. S. nos honraba formando parte de él. Este partido se reorganizó en la oposición, uniendo fuerzas políticas en bien de la Monarquía, de la Patria y de la libertad; aceptando un Código común para todos los partidos que dentro de la Monarquía quisieran gobernar el país.

Pues bien; aquella reunión, célebre por sus consecuencias y resultados, se verificó en la sala de presupuestos, y allí se aceptó la Constitución de 1876, y a nadie se lo ocurrió decir que la aceptaba por temor al período constituyente. No, nosotros aceptamos la Constitución de 76 para no volver a la de 1869. No la aceptamos por temor al período constituyente, no, porque esta hubiera sido una traición; la aceptamos para no volver a la del 69. ¿Pues qué hubiera sido, sino una traición, aceptar la Constitución de 1876 para subir al poder, y luego decir: volvamos a la del 69?

Se aceptó lealmente, como se deben aceptar esas cosas; aceptamos la Constitución de 1876 para ver si acababa en nuestro país ese vaivén de Constituciones que en tal mal estado nos ha tenido durante tantos años. Por eso la aceptó S. S. y sus amigos; y si han vuelto a pensar en la del 69, ha sido por propia voluntad, espontáneamente; ha sido aun sin exigirlo ninguna necesidad, ni su conciencia, ni su lealtad, ni aun siquiera su amor propio.

También S. S. ha padecido una equivocación respecto de un compañero cuyo estado de salud no le ha permitido venir a este sitio. El Sr. Romero Girón no vino del campo de la República al banco ministerial; antes de eso hizo terminantes y explícitas declaraciones en el Senado; no sólo hizo esas declaraciones, saliéndose del campo de la República para venir al de la Monarquía de una manera digna, sino que lo hizo mucho antes ante el país; y habiéndose más tarde celebrado una junta, creo que en casa del Sr. Martos, sobre la actitud en que debían colocarse los que saltaban las fronteras de la República, el Sr. Romero Girón creyó que no debía formarse un nuevo partido liberal dentro de la Monarquía, sino contribuir a robustecer y hacer lo más fuerte posible el que había, por lo cual no quiso formar en la izquierda. Vino, pues, al Ministerio desde el campo monárquico, y vino a representar sus ideas a y traer su espíritu; y prueba de lo que ha traído es un asunto que ha citado el Sr. López Domínguez; prueba de que lo ha traído es la presencia del Sr. Montero Ríos en ese sitio. El Sr. Montero Ríos no quería sentarse entre nosotros, renunciaba a este honor que yo no hubiera renunciado por nada en el mundo, por la fórmula del jura- [3862] mento, y estando aquí el Sr. Romero Girón se introdujo una reforma en el juramento, tan importante, contra la opinión del Sr. López Domínguez, que ha bastado para que el Sr. Montero Ríos salte una valla tan inmensa como aquella que no le permitía estar aquí. ¡Si será importante la reforma, que ha hecho cambiar de actitud al Sr. Montero Ríos, a quien, gracias a ese cambio, tenemos el gusto de contar entre nosotros!

Pero no basta eso, no es eso sólo; ¿le parece a S. S. pequeña la reforma? Hace mucho tiempo que a S. S. le parecen pequeñas estas cosas. Pues bien, es esta reforma tan importante, que no tiene S. S. más que volver la vista a Italia y a Inglaterra, y ver lo que sucede allí respecto a tales cuestiones, para juzgar de la importancia de la modificación que se ha hecho en España. En Inglaterra han querido hacer otro tanto y no lo han podido lograr. Hemos ido más allá que en Inglaterra; y si le parece a S. S. poco, dígame lo que desea.

Dice el Sr. López Domínguez que aquel Ministro no ha traído el Jurado. ¡Pues si realmente el Sr. Romero Girón es el autor de la ley! ¿Es que ésta no satisface al Sr. López Domínguez? Ya lo veremos cuando se estudie; pero por lo menos conste que el Jurado quedará establecido en España con tanta extensión como en los países que lo tienen de antiguo, y con las precauciones que son necesarias para que el ensayo no fracase, porque si fracasara, nadie perdería tanto como el mismo Jurado; y es necesario hacer de modo, en primer término, que no asuste a la opinión, y en segundo, que se conquiste por sí solo, por la imparcialidad de sus fallos, el apoyo de las gentes; así es como se hacen reformas en países verdaderamente libres y por hombres verdaderamente liberales. Al Sr. López Domínguez le parece poco liberal el tener miedo; nadie debe tener más miedo que los liberales, porque la libertad es planta muy delicada que hay que cultivar con mucho cuidado; siempre se ha perdido la libertad por los excesos y por la tenacidad de los liberales.

También me ha atribuido el Sr. López Domínguez un error suponiendo que yo había dicho que el límite de la libertad a que podía aspirar este Gobierno estaba en la Constitución de 1876. Su señoría no me ha entendido bien; jamás he puesto yo como límite de la libertad las Constituciones: lo que digo es que dentro de esa Constitución, sin modificarla y sin reformarla, se puede desenvolver la libertad tanto como se ha desenvuelto en los países más libres de Europa; lo cual no quiere decir que esa Constitución sea el límite de la libertad, porque entonces los italianos tendrían su límite en la Carta de Carlos Alberto, y no es así; lo que hay es que dentro de aquella Constitución caben todas las aspiraciones liberales de Italia.

Nos ha explicado el Sr. López Domínguez la manera de hacer la reforma constitucional sin Cortes Constituyentes y sin cambio de ninguna especie; pero, francamente, yo no he entendido la explicación. Primero ha dicho S. S. que algunos quieren partir de la Constitución de 1869, y yo digo: pues ¿cómo vamos a esa Constitución? ¿Por medio de unas Cortes Constituyentes? ¿Por medio de un golpe de Estado? Alguien lo ha de determinar. Después, una vez aceptada la Constitución de 1869, tendremos que someternos a sus prescripciones en materia de reforma, y ahí tiene el Sr. López Domínguez la necesidad de las Cortes Constituyentes.

Además, el Sr. López Domínguez nos ha hecho una gracia, y la izquierda nos la ha hecho también, porque parece que apoyaba a S. S. al decir que si la izquierda llegara al poder, mientras no se pasara de la Constitución actual a la de 1869, o mientras no se reformara la actual, la de 1876 sería respetada. (El Sr. Moret hace signos afirmativos.) Pues eso por demasiado sabido no hay necesidad de decirlo. (El Sr. Moret: Es el Sr. López Domínguez el que lo ha dicho.) Me alegro de que el Sr. Moret atribuya eso al Sr. López Domínguez: de manera que ya sabemos que si viene la izquierda y quiere pasar de la Constitución actual a la de 1869, o reformar la actual, mientras no se verifique el paso o no se haga la reforma, respetará la Constitución de 1876, porque si no, daría un golpe de Estado, y los golpes de Estado suelen tener sus quiebras.

Pero, en fin, de cualquier modo, para pasar a la de 1869 algo habría que hacer, y algo habría que hacer también para reformar esta última; de manera que la perspectiva que nos ofrecéis es la de dos reformas constitucionales, la de dos períodos constituyentes. (Rumores.) Pero no os molestéis; no deseamos meternos en esa torre de Babel, os lo digo sin ánimo de hostilizaros; no estoy incomodado; no me ha molestado el ataque del Sr. López Domínguez, por injusto que haya sido; he querido llevar la calma y la prudencia a los límites a que pudiera llevarla Job para ganarse tanta celebridad.

Os he dicho todo mi pensamiento sin reserva de ninguna especie: consideradlo bien, estudiadlo bien, y si sois verdaderos liberales y verdaderos patriotas, no os dejéis alucinar por sugestiones de amor propio o por otras pasiones no tan nobles como el amor de la Patria; yo tengo la seguridad de que me habéis de dar la razón.

Para mí será uno de los momentos más felices de mi vida; que por lo demás, yo no he traído a este banco la aspiración de hacer adeptos del partido que me dispensa su confianza; no he traído el propósito de hacer sagastinos, como vulgarmente se dice: yo he traído la aspiración noble, el propósito honrado de hacer en lo que de mí dependiera muchos monárquicos liberales, y eso me parece que la discusión de esta tarde prueba que está hecho, y que he conseguido mi objeto, y que en efecto, muchos, muy importantes, muy estimados, merecidamente estimados en el país, que antes no estaban en la Monarquía, lo están hoy.

Con eso me doy por satisfecho, y contesto de este modo al Sr. López Domínguez; pero si además de ser monárquicos se funden con nosotros, tanto más grande sería mi satisfacción. Por lo demás, me basta por el pronto haber contribuido a hacer adeptos a la Monarquía; pero todavía se aumentaría más mi satisfacción si en lugar de formar como vanguardia del partido liberal, consiguiéramos formasen como parte integrante del partido liberal.

Si no lo hacéis, lo sentiré por vosotros, y también por nosotros, que estaremos con vosotros mejor acompañados; pero constará siempre, si este único partido liberal no llegara a formarse, que no habrá sido por culpa mía, ni por culpa de la mayoría, que estamos dispuestos a ceder todo lo que dentro de las aspiraciones y de las necesidades del país podemos y debemos ceder (Rumores), conservando la consecuencia, la dignidad y el amor a la Monarquía y a las instituciones.

No he oído las interrupciones; si lo que queréis es destruirnos, sea. Yo os he expuesto términos de transacción. (El Sr. Moret: ¿Cuáles? -Rumores en la mayo- [3863] ría.) No se puede hacer una declaración de catecismo. Yo os he dicho mi pensamiento; estudiadlo, reflexionad sobre él, y resolved; que a mí me quedará siempre la conciencia de haber procedido como hombre leal y como hombre honrado. (Muestras de aprobación en la mayoría.)

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta discusión.



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